Vale a pena enfrentar o enredo de algumas páginas on line como acontece com a versão on line do jornal argentino La Nación para ler este texto de Mario Vargas Llosa. Na verdade não é apenas sobre Cuba, é sobre nós:
«El secretismo ?rasgo clave de todas las dictaduras y, en especial, de los Estados totalitarios comunistas ? que rodea la crisis que ha llevado a Fidel Castro a delegar de manera «provisional» sus poderes a su hermano Raúl ha hecho que las conjeturas sobre su estado de salud («secreto de Estado para no dar armas al imperialismo», según uno de los grotescos comunicados redactados por el propio dictador) se disparen en todas direcciones. En lugar de seguir fabulando respecto de la enfermedad que aqueja al longevo tirano, vale la pena sacar algunas conclusiones a partir de ciertas evidencias que la crisis actual ha confirmado de manera rotunda. La primera, que, mientras Fidel Castro conserve un hálito de vida, nada se moverá en la isla en el sentido de la democratización. Quienes esperaban ?en el exilio de Miami, principalmente? que, con el anuncio de su operación y consiguiente delegación de poderes, el pueblo cubano se lanzaría a las calles, entusiasmado con la inminencia de su liberación, se quedaron con los crespos hechos. Casi medio siglo de regimentación, adoctrinamiento, tutelaje, censura y miedo adormecen el espíritu crítico y hasta la más elemental aspiración de libertad de un pueblo que, por tres generaciones ya, no conoce otra verdad que las mentiras de la propaganda oficial ni parece tener ya otros ideales que los mínimos de la supervivencia cotidiana o la fuga desesperada hacia las playas del infierno capitalista. Penoso y triste espectáculo, en verdad, el de esas masas arreadas a vitorear al dictador octogenario, que, apenas se alejan sus arreadores, corren a telefonear a sus parientes del exilio a averiguar qué se sabe allá, y salen luego, convertidas en turbas revolucionarias, a apedrear y amedrentar a los disidentes que, una vez más, pagan los platos rotos de una crisis, ocurrida allá, lejísimos, en las alturas del poder, en la que no han tenido intervención alguna. Es verdad que, una vez desaparecido el superego que ahora las castra y anula, esas masas saldrán luego a las calles, como en Polonia o en Rumania, a vitorear la democracia, pero lo cierto es que, cuando ésta llegue, habrán hecho tan poco para alcanzarla como los dominicanos a la muerte del generalísimo Trujillo o los rusos al desintegrarse el imperio soviético. Cuba será libre, sin duda, más temprano que tarde ?ésa es otra certeza indiscutible?, pero no por la presión de un pueblo sediento de libertad, ni por el heroísmo de unos grupos de ciudadanos idealistas y temerarios, sino por obra de factores tan poco ideológicos como una hemorragia intestinal del Compañero Jefe.»